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Ingeniería de primera clase

¿Hay diferencia entre un ingeniero de primera clase y un ingeniero con una Licencia de Primera Clase?

Por Jim Withers

En abril de 1967 me llevaron a Lambert Field en St. Louis, me subí a un DC-9 de Ozark Airlines y despegué hacia Chicago. Tenía 19 años y era la primera vez que me subía a un avión. Recuerdo estar extremadamente nervioso; pero ello no tenía nada que ver con el vuelo. De hecho, volar me gustó al instante y empecé a tomar lecciones al poco tiempo.

Lo que me preocupaba era cómo me iría al cabo de algunas semanas, cuando planeaba ingresar a la Oficina Distrital de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) en el centro de Chicago para tomar el examen para la Licencia de Operador Radiotelefónico de Primera Clase.

El examen para la “Primera Clase” se tomaba en fechas específicas y sólo en una oficina de la FCC en presencia de un ingeniero de campo de dicha entidad. Era corto (mi memoria recuerda unas 50 preguntas) pero riguroso, y no podía tomarse hasta que el solicitante hubiera aprobado la Licencia de Radiotelefonía de Segunda Clase. Ese examen tenía 100 preguntas y estaba repleto de teoría electrónica. En aquellos días anteriores a la calculadora, el examen de Segunda Clase era la prueba más difícil, al menos en mi opinión.

Finalmente tomé el examen y estuve ansioso durante todo el período de espera de los resultados. Poco tiempo después, llegó mi “papelito”. ¡Ya era ingeniero de difusión!

Bueno, no del todo. Ya tenía la licencia, pero carecía del conocimiento que supuestamente representaba la licencia. Al igual que muchos otros poseedores de este importantísimo trozo de papel, yo era una “Maravilla de Seis Semanas”.

Las Maravillas de Seis Semanas, y las instituciones educativas que las producían por miles, eran resultado directo del requisito de las licencias.

Ese requisito era bastante válido. Los equipos de difusión habían mejorado increíblemente desde el comienzo de la difusión comercial en la década del 20; pero incluso en 1967, 20 años después de la invención del transistor, los equipos de transmisión se construían casi exclusivamente con tubos al vacío.

A diferencia de los componentes modernos, aquéllos fallaban con frecuencia (los tiempos promedios entre fallas rondaban en ocasiones menos de 10.000 horas: superaban ligeramente a un año de funcionamiento constante). Además de eso, a medida que los tubos envejecían, estos últimos y los componentes en torno a ellos estaban a la deriva. Si el aire acondicionado fluctuaba o se quemaba la caldera del horno de cristal, una pequeña AM de 500 vatios, la cual venía transitando felizmente en su frecuencia, comenzaba a deambular hacia arriba y hacia abajo en el dial según lo hiciera la temperatura del edificio.

A pesar de que los operadores podían controlar legalmente determinadas clases de emisoras de difusión con el “Permiso” más limitado que otorgaba la Tercera Clase (siempre y cuando incluyera un “aval de difusión”), alguien en el seno de la comisión se dio cuenta, acertadamente, de que sería algo bueno si cada emisora tuviera al menos una persona (y para algunas clases de emisoras, una persona de guardia en todo momento) que realmente supiera qué hacer cuando se complicaban las cosas. Magia: así nació la Licencia de Radiotelefonía de Primera Clase en Estados Unidos. Pero, al igual que en la mayoría de estas cosas, todo el proceso vino acompañado de consecuencias indeseables.

En 1967, la Guerra de Vietnam estaba en curso. Esa conflagración forzó a más de un millón de jóvenes varones al servicio militar. (Para 1968, yo me contaba entre ellos). Por empezar, no había tantos ingenieros con el “papelito”; este drenaje adicional de mano de obra dejó a las emisoras en una búsqueda frenética de personas que contaran con la superimportante licencia.

La demanda general alimentó un rápido crecimiento en lo que se conocieron como las escuelas de las “Maravillas de Seis Semanas”. Estos centros educativos colocaban avisos en todas las publicaciones de negocios de difusión y el mensaje, como éste que copié de la edición del 2 de marzo de 1967 de la revista Broadcasting, era simple: “La Escuela de Licencias Radiales Elkins de Chicago: Seis semanas de capacitación de calidad en métodos de laboratorio y teoría con miras a obtener la Licencia de Primera Clase de la FCC. Totalmente aprobada por G.I. 14 East Jackson St., Chicago 4, Illinois”.

Yo ya había comprado un libro (que todavía tengo) llamado “Electronic Communications” de Robert L. Shrader, que estaba leyendo intensamente en mi intento por descifrarlo todo. Pero el libro era algo engorroso, y no tenía forma de saber qué hechos eran cruciales. ¿Tenía que conocer la regla para corriente y voltaje a través de un inductor o un capacitor? ¿O ambas? ¿O ninguna? Resueltamente luché con ello durante unos meses pero finalmente decidí que tendría 90 años antes de poder conocerlo todo en profundidad.

Y luego, tuve una epifanía: ¿Y si dejaba que la Escuela de Licencias Radiales Elkins de Chicago me hipnotizaran durante seis semanas? Me parecía que era la única manera de absorber tanta información en un tiempo tan corto. Me inscribí, me aceptaron (supuestamente porque pudieron cobrar el cheque y pude firmar la solicitud) y ya estaba en vuelo en el DC-9.

El hipnotismo simplemente tuvo que ver con dar en el blanco. La publicidad de la escuela era precisa. La “capacitación de calidad” en verdad conducía a la Licencia de Primera Clase de la FCC. El currículo podía jactarse de ello porque, día tras día, los instructores trataban toda y cada una de las posibles iteraciones de cada problema en el cuestionario del examen. Me enteré de que realmente necesitaba conocer las características de corriente y voltaje aplicadas tanto a un inductor como a un capacitor, y aprendí la forma de memorizarlas: ELI the ICE man (regla nemotécnica en inglés), lo cual significa (de nuevo, en inglés): el voltaje E conduce la corriente I a través de un inductor L, e I en un capacitor conduce E. Después de seis semanas, no tenía idea de por qué ese fenómeno era así, pero podía afirmar al recordarlo en un 100 por ciento, que era así. Y entonces, aprobé el examen.

La FCC abandonó el negocio de la Primera Clase en 1982, y reemplazó todas las licencias de Primera Clase con Licencias de Clase General de por vida a medida que expiraban. Se emitían como licencias de por vida, pero no eran necesarias para ningún tipo de trabajo de difusión. La Sociedad de Ingenieros de Difusión (SBE) comenzó su proceso de certificación voluntaria en 1975, y la certificación de esa organización se reconoce, por lo general, como equivalente a (o mejor que) la antigua licencia de Primera Clase.

Tengo sentimientos encontrados sobre la desaparición de la licencia de Primera Clase y los centros educativos que me “enseñaron el examen”.

Por un lado, era un poco una farsa. Cualquier persona con la capacidad de memorizar podía obtener la licencia por unos US$400 y seis semanas en Los Ángeles, Nueva Orleáns, Dallas, Chicago o Mineápolis.

Por otro lado, sin embargo, ¿cuántas Maravillas de Seis Semanas obtuvieron empleo y aprendieron de personas que realmente eran ingenieros? Mi papelito me dio la oportunidad de conseguir un trabajo bien remunerado, primero en una emisora de rock (AM) de 5 kW en St. Louis como ingeniero contratado durante las vacaciones y luego como ingeniero del plantel en WGEM(AM/FM/TV) en Quincy, Illinois. Esos empleos me dieron la oportunidad de aprender de algunos ingenieros extremadamente talentosos (y muy pacientes) y de poder progresar y ser promovido con el paso de los años.

A medida que progresaba, volví a revisar el libro de Shrader y aprendí todo sobre el voltaje, la corriente, los inductores y los capacitores, entre otros. El conocimiento me ha servido mucho durante toda mi carrera.

¿Ingeniero de primera clase? Ese joven con Licencia de Radiotelefonía de Primera Clase emitida el 25 de abril de 1967 definitivamente no lo era. Pero me agrada pensar que con el transcurso de los siguientes 46 años, finalmente me he convertido en uno.

Jim Withers es el propietario de KYRK(FM) en Corpus Christi, Texas y un colaborador de larga data de Radio World. Cuenta con cuatro décadas de experiencia en ingeniería de difusión en emisoras de radio y televisión de todo el país.

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