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Grandilocuentes anécdotas de torres

Las experiencias en las torres no dejan de aportar material para que circulen anécdotas

De estado a estado, las experiencias con torres son tan variadas como la geografía que las rodea. En la foto: Mount Wilson. En 46 años de estar y trabajar en emisoras de radiodifusión, administrarlas y finalmente ser propietario, he visitado muchísimas torres. Algunas son fantásticas, otras son comunes y algunas son simplemente espantosas.

Por Jim Withers

Hay una que se encuentra en la dirección del viento de una planta de tratamiento de aguas servidas. Cada vez que lo pienso, me dan ganas de buscar una botella de Lysol.

Sin embargo, todas ellas tienen sus anécdotas.

Mount Sutro en San Francisco es una torre fantástica. Sutro Tower se terminó de construir en 1973 y, con 298 metros (o 299, según a quién uno le crea las cifras), es la torre sin apoyo físico más alta del país.

Sin embargo, lo importante no es la altura, sino la talla. La estructura es inmensa, pero muy elegante.

He subido por el ascensor (el que está en el interior de la pata oeste) hasta la “cintura” de la torre y, en ese nivel, hay pasarelas, también cerradas, que rodean la torre y tienen pequeños gabinetes de equipos cada cierta distancia. Es una estructura muy grande.

Mi gran amigo John Swanson fue director de ingeniería en Cox Broadcasting y representante de la empresa en el consorcio de propietarios de emisoras que construyeron la torre Sutro. Una vez me contó que el hormigón y el acero subterráneos pesaban un 50 por ciento más que el acero que está al aire, y que el centro de gravedad de la torre se encontraba a 3,5 metros bajo tierra.

Cuando el siguiente terremoto importante sacuda San Francisco, Sutro está diseñada para oscilar alrededor del punto central subterráneo, como una muñeca cabezona gigantesca. En pocas palabras, Sutro es una visita obligada para cualquier ingeniero de radiofrecuencia serio.

Con frecuencia, los ingenieros de radiofrecuencia tienen que conducir sus 4×4, manejar motos de nieve o pilotear helicópteros por montañas, ya que, a diferencia de las torres de acero, la altura sobre el nivel del mar de la Madre Naturaleza es gratuita.

Mount Wilson en Los Ángeles probablemente sean las montañas más famosas, pero de ninguna manera son las únicas. Fui propietario de una emisora de FM en Wyoming que tenía una “torre” de 18 metros en una cadena montañosa llamada Pilot Hill, a 2.713 metros sobre el nivel de Laramie (que, con 2.255,5 metros, no es precisamente el Valle de la Muerte).

El establecimiento estaba a sólo 3,2 kilómetros de la carretera interestatal 80. De todas maneras, quedaba lejos, por los confines de caminos cortafuegos llenos de surcos donde, en lo profundo de la noche oscura, me sentía como se habrán sentido Lewis y Clark. Ya St. Louis era tan solo un recuerdo lejano en el espejo retrovisor de la galera.

En uno de los viajes había tanta nieve que tuve que usar una camioneta 4×4 para llegar al establecimiento. El sol se estaba poniendo cuando salí de un salto de la camioneta, me resbalé en la nieve y caí inmediatamente al suelo torciéndome el tobillo. Penoso. Por suerte, tenía mi teléfono celular. El problema era que el teléfono estaba en mi altísima camioneta, que me había parecido el vehículo perfecto para la ocasión… hasta que me vi en el suelo, incapaz de levantarme lo suficiente como para llegar hasta el teléfono.

Mientras estaba en el suelo cubierto de nieve, pensé en hacerme un corte en la mano y escribir un mensaje de despedida con sangre en una piedra. “Perdón por todas las cosas malas que hice. P.D.: Si seguimos fuera del aire cuando encuentren mis restos, el tubo final de repuesto está en la caja que dice ‘usado pero en buen estado’”.

A medida que el sol se ponía (y parecía descender del cielo muy rápido ese día), estaba seguro de que los ruidos que oía eran coyotes (18:00 horas). O pumas (19:00 horas). U osos pardos (20:00 horas y otra vez media hora más tarde).

Si hubiera seguido allí a las 21:00 horas, estoy bastante seguro de que mi frondosa imaginación hubiera invocado a King Kong, acechando justo por fuera de mi rango de visión, mientras yo intentaba dejar una misiva en sangre, para advertir a aquellos que se arriesgaran a ir tras mis pasos.

Sin embargo, resultó que los animales imaginarios se mantuvieron a raya, y finalmente logré acomodarme el tobillo lo suficiente como para arrastrarme hasta la puerta del edificio. Una vez adentro, me impulsé para ponerme de pie y encontré una escoba que había dejado algún ingeniero con buenos hábitos de limpieza. La usé de muleta para cojear hasta la camioneta y escapar.

Tomé todo el episodio como una señal. Vendí la emisora y he evitado Wyoming desde entonces.

Un par de años más tarde, me encontraba construyendo una FM en Beaumont, Texas. “¿Qué podía pasar?”, pensaba, a 3,5 metros sobre el nivel del mar en 60.700 metros cuadrados de praderas, en un diminuto pueblito llamado Cheek, donde no caía nieve desde que la placa tectónica norteamericana había flotado desde los alrededores de Greenland hacía unos cuantos milenios.

Jim Withers frente a lo que quedó de una torre de radio en Texas, cuya destrucción fue el resultado de los fuertes vientos. El hombre que era propietario de este pequeño paraíso solía invitarme a su patio trasero para “pasar el rato”. Su hija nos hacía limonada y charlábamos sobre la vida mientras mirábamos cómo los pájaros anidaban en el asiento trasero de su Rambler 1967 abandonado con las ventanillas rotas. Ese es el tipo de gente que me gusta.

En cualquier caso, decidí que, en la tierra de los huracanes, debía ser el cerdito de la casita de ladrillos, y no el cerdito de la casita prefabricada de madera, así que hice instalar un edificio de bloques de hormigón bien gruesos. Ante la cercanía de la fecha de salida al aire de agosto, le pedí a mi hijo adolescente, Ryan, y a otro tipo grandote que me ayudaran a descargar el enorme equipo Collins de 20 kW.

Los tres (mi hijo, el Increíble Hulk y yo) entramos en el pabellón de hormigón sin ventanas ni electricidad, y se vino abajo la puerta levadiza, que tenía un límite de carga de 680 kilos, con el transmisor de 1.360 kilos.

Esta deficiencia de capacidad de carga resultó problemática. Cuando estábamos llegando a la mitad de la única vía de evacuación de nuestra “prisión”, el sistema hidráulico de la puerta levadiza se rompió, y el transmisor cayó y quedó atascado durante las siguientes horas. Ay, ay, ay.

¿Recuerdan a los mineros chilenos que hace unos años quedaron atrapados en una mina por muchos días? La única diferencia entre ellos y nosotros era que ellos tenían mucho más espacio, y seguramente no tenían tanto calor, ya que en el pabellón había 40,5 grados y la temperatura continuaba en ascenso.

Desde luego, ellos estuvieron atrapados un poco más que nosotros pero, como demostró Einstein, el tiempo es relativo. La última vez que tres horas se me habían pasado con tanta lentitud fue cuando el dentista me hizo un tratamiento de conducto. Tres litros de sudor más tarde (uno por hora), llegó el nuevo cilindro hidráulico. Se usaron barras de extensión para el 831G, mi hijo y yo fuimos rescatados, y Hulk se fue a recuperar con un barril de cerveza.

En ese momento, como los mineros rescatados, Ryan y yo acordamos solemnemente no contar nuestra anécdota en forma individual, pero hice una excepción para Radio World.

Anda con tiento cuando tengas de cara el viento. Los ingenieros de transmisores saben bien que este dicho encierra una gran verdad.

Mucho antes de que surgieran los satélites y la fibra, una emisora de TV en la que trabajaba tenía una red de relés de microondas propia que se extendía desde Los Ángeles (el origen de mis visitas a Mount Wilson) hasta Las Vegas. Uno de los tres establecimientos se encontraba en Calico Mountain, cerca de la ciudad fantasma californiana de Calico. Siempre había tres cosas en Calico Mountain (cuatro, si cuentan a los desequilibrados ingenieros de radiofrecuencia): serpientes de cascabel, piedras y viento. Mucho, pero mucho viento.

Un día, llevé a mi futura esposa para hacer una visita breve. (“Te va a encantar, mi amor… ¡es genial!”). Había tanto viento que no podía salir de la camioneta. Me ofrecí valerosamente a protegerla del viento, pero no quiso (sin duda, por miedo a las serpientes).

Incluso después de este desagradable viaje, aceptó casarse conmigo, así que, para el operador de radiofrecuencia soltero que esté leyendo esto: aún hay esperanzas.

De todas maneras, una noche perdimos la transmisión de red de Los Ángeles, así que salí rumbo al establecimiento.

Mientras subía por el camino de piedra y gravilla, en la cornisa de la montaña, el viento era tan feroz que un par de veces pensé que la Ford de tres cuartos de tonelada se iba a caer por el precipicio. En la cima, estacioné justo al lado del edificio y pasé por la puerta totalmente erguido.

Mmm. No había salida de radiofrecuencia, pero la tensión era buena. Qué sintonización más extraña. No había señal de recepción de Los Ángeles, ni señal de transmisión para la siguiente montaña de la cadena.

Transcurrieron un par de horas y yo seguía perdido. El generador estaba en funcionamiento y eso era lo único que el transmisor y el receptor tenían en común.

Finalmente, decidí que quizás el viento había corrido los platos de su eje. Eso explicaría la falta de señal de recepción, ¿pero por qué no había transmisión? No podía entender qué pasaba, pero, de cualquier modo, decidí enfrentarme al viento y echar un vistazo a los platos.

Resultó que decir que “el viento había corrido los platos de su eje” era subestimar un poco lo que había sucedido. Los platos (y, no casualmente, toda la torre) habían desaparecido. No se habían doblado, ni se habían abollado ni se habían caído. Habían desaparecido. Por el precipicio, como esos helicópteros que se vuelan por la borda del barco en ese famoso fragmento de película de la era de Vietnam.

Esperé hasta que saliera el sol y encontré la torre y un plato, a 4,5 metros del borde de la cima, pero el otro plato había salido volando por la noche como un enorme Frisbee de aluminio. Y lo más probable era que ahora sirviera de reflector gigante para el calentador de agua solar de alguna rata del desierto.

Mi última anécdota ventosa es de Texas. Había recibido la autorización de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) de los Estados Unidos para ubicar tres de nuestras cuatro emisoras agrupadas en una torre. Una noche, estábamos totalmente concentrados en el proceso, trasladando equipos de un establecimiento al nuevo establecimiento combinado, a aproximadamente 5 kilómetros de distancia. De un lado a otro, de un lado a otro. Bastidores, repuestos, cachivaches. Todos los preparativos para trasladar el FM20E RCA.

A eso de las 3 de la madrugada, el clima se fue a pique y tomé la decisión de poner fin a la tarea. (Esto resultó mucho más fácil por el hecho de que nuestra querida planta comunitaria de tratamiento de desechos, a unos 50 metros del lado que soplaba el viento, se puso en marcha a toda máquina).

De vuelta en la habitación del hotel, descontaminado y protegido, me dormí profundamente, hasta las 6 de la madrugada, momento en que sonó el teléfono. A raíz del tono, por no mencionar las palabras que se sucedían como una catarata verbal (“¡Madre mía! ¡Madre mía! No lo vas a creer… ¡Madre mía!”), me di cuenta de que algo andaba mal. Y resultó que, como suele pasar, decir eso era subestimar la situación.

Habíamos salido del aire a alrededor de las 5:30 de la madrugada. No era algo tan raro, dado que la potencia en este establecimiento era particularmente inestable en las tormentas. Nuestro operador, obediente, se volvió a vestir con desgano y se dirigió al establecimiento anterior.

La verdad, tendríamos que haber llamado a un herrero, porque cuando llegó allí, encontró la torre enroscada en la casilla del transmisor, hecha un nudo multicolor de varias capas.

Sin embargo, milagrosamente, el RCA estaba intacto. Con solo un día de retraso (para separar las partes de la torre con un soldador y abrir un sendero hacia el edificio), retomamos las actividades.

Como nota aparte, la FCC fue muy comprensiva al tramitar con urgencia una autorización temporal especial, y solo estuvimos fuera del aire poco más de 24 horas hasta que pusimos en marcha el nuevo establecimiento.

De California a Wyoming y a Texas, las experiencias con torres son tan variadas como la geografía que las rodea. Ya sea por atravesar avalanchas de nieve, enfrentarse al viento, la lluvia o los relámpagos, o un sol abrasador (por no mencionar las ovejas que se transforman en pumas al anochecer), todo ingeniero de radiofrecuencia sabe que cuanto más grande la torre, más grandilocuente la anécdota.

John Bisset Jim Withers es propietario de KYRK(FM) en Corpus Christi, Texas. Experto en radiodifusión desde 1965, ha sido empleado y administrador en emisoras de radio y TV en Missouri, Illinois, Texas y Nevada, y ha construido varias AM y FM en Texas y Wyoming, donde también ha sido propietario de emisoras.

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